Las pendulares elecciones francesas reverberaron en la actualidad argentina sólo como episodios de shock. Esos comicios se celebraron en dos vueltas. En la primera ganó la derecha, para éxtasis del oficialismo y alarma de sus antagonistas. En la segunda triunfó la izquierda, generando la viceversa correspondiente entre los libertarios y sus adversarios. Poco se ha reparado en las enseñanzas que la coyuntura argentina puede obtener de los barquinazos electorales de los galos.
Un primer grupo de lecciones apuntan a la oposición. Lo primero es reparar en las fechas de la votación francesa. La primera cita con las urnas fue el 30 de junio. La segunda, el 7 de julio. En esa semana, la izquierda derrotada el último domingo de junio depuso diferencias, unió fuerzas, halló coincidencias y triunfó durante el primer domingo de julio. En Argentina, eso sí debiera considerarse un shock. Como ya se ha avisado, el recién llegado Gobierno de Javier Milei enfrenta una crisis severa (recesión, desempleo, pobreza y agotamiento del esquema cambiario). En compensación, la fortaleza reside en la fragmentación de quienes no forman parte del gobierno. No sólo son partidos incapaces de unir fuerzas, sino que por dentro están divididos. Además de rotos están descosidos.
Una segunda cuestión reside en que la oposición a los libertarios sólo expone nombres distintos, pero no una política de naturaleza diferente. Ni siquiera tienen un lenguaje propio: hablan con la misma intolerancia que vertebra los mensajes de la Casa Rosada. En Francia, por el contrario, la oposición a la derecha buscó ser una alternativa con todas las letras. Y con todo el lenguaje.
Lejos de los discursos crispados y de los mensajes de odio, los candidatos del Nuevo Frente Popular grabaron propagandas con técnicas ASMR (“respuesta meridiana sensorial autónoma”, por sus siglas en inglés), que transmiten relajación. Sus propuestas fueron formuladas en voz baja: literalmente, se las susurraron al micrófono. Acompañadas del sonido que producen acciones cotidianas, como las de cepillarse el pelo o servir agua de una jarra en un vaso. Lo que estaban diciendo es que la verdadera opción contra el alarido y el gesto desenfrenado no puede consistir en gritar más fuerte.
La bravuconada puede acallar a algunos, pero no hace desaparecer lo que está mal. Como ilustra el viralizado video del tucumano que hace callar a su esposa en una entrevista callejera, cuando ella quería decir que no le parece que esté “todo muy bueno” y “sin problemas” con el Gobierno nacional. Que ella aceptase guardar silencio no significa que sus reparos se hayan extinguido. Ni tampoco que vayan a esfumarse las objeciones que su esposo, por temor, no se atreve a pronunciar.
Ese es el riesgo de las espirales de silencio, tan estudiadas a partir de los microclimas que generan las redes sociales. Dada la violencia de los “trolls”, en sus ataques desde cuentas falsas contra quienes cuestionan a sus ídolos con pies de barro, son legión los que no se expresan públicamente. Pero sí se expresan de manera privada en el cuarto oscuro. Le pasó al kirchnerismo, en los naufragios electorales de 2015 y de 2023; y también al macrismo en el hundimiento de 2019. Dentro de las espirales de silencio, todo se produce como “no existente”. O “no audible”. Pero existe.
Las elecciones francesas también lo demostraron. El capitán de la selección de fútbol gala, Kylian Mbappé, calificó de “catastrófico” el triunfo de la ultraderecha, llamó a los de su generación a modelar otro “futuro” y advirtió que no iba a representar a un país que no representara sus valores. “Es importante bloquear a la ultraderecha, a Agrupación Nacional, porque este partido no llevará a nuestro país hacia una mayor libertad”, definió. Resultó que millones de franceses silentes pensaban como él. Y ocurrió la “sorpresa”. Pero en política no hay sorpresas: sólo hay sorprendidos.
Ahí reside otra lección: las figuras populares sí movilizan opiniones, con independencia de las agresiones y ridiculizaciones de que sean objeto por parte del oficialismo o de sus esbirros virtuales.
Lo cual, ciertamente, habilita el segmento de enseñanzas de las que podría tomar nota el Gobierno.
Ahora que es temprano, La Libertad Avanza bien podría revisar los estándares de su política exterior. No para cambiar sus lineamientos, porque responden a la ideología del mandatario, que ha recibido en el balotaje el 56% de los votos. Pero sí para que la política exterior deje de ser berreta.
“Mi viaje a Davos fue muy importante: mirá el impacto que tuvo en Europa y cómo se dieron vuelta las elecciones y hundimos a los pobres progresistas pobristas”, dijo Milei en junio, en una entrevista.
No hay trompada más impiadosa que aquella que la realidad le propina al deseo. Ni el mundo está girando políticamente a la derecha o a la izquierda. Ni todos los progresismos son “pobristas” ni pródigos en abundancia; ni todas las derechas son paradisíacas ni malignas. Debe ser frustrante para Milei descubrir que no es el mesías electoral europeo. Lo probó España y lo ratifican, ahora, Gran Bretaña (fue descomunal el triunfo laborista contra los conservadores) y, por supuesto, Francia.
Mientras supera esa decepción, no le vendría mal notar que él ni siquiera es irreprochable en el Cono Sur. Viajó a Brasil, pero no para la cumbre del Mercosur, sino para recibir una medalla de la fundación de Jair Bolsonaro, con la efigie de Jair Bolsonaro y entregada por Jair Bolsonaro, procesado por un supuesto intento de golpe de estado que evitase la asunción de “Lula” Da Silva. La presea, para mayor desquicio, reboza en conceptos mesiánicos, misóginos y homofóbicos.
El reproche contra la ausencia de Milei no vino desde la izquierda, sino desde la derecha. “No sólo es importante el mensaje: es importante el mensajero. Si el Mercosur es muy importante, acá deberían estar todos los presidentes. Yo le presto importancia al Mercosur”, subrayó el presidente de Uruguay, el liberal Luis Lacalle Pou. ¿Qué dirá el “Principio de Revelación” al respecto?
La lección final viene del presidente francés, Emmanuel Macron. Tras los comicios, sostuvo anteayer que no hay ganadores. El izquierdista Nuevo Frente Popular quedó primero, con unos 190 escaños; la alianza de centroderecha de Macron reúne unos 160; y la extrema derecha suma más de 140. Así que el mandatario pidió a las “fuerzas políticas que se identifican con las instituciones republicanas” construir una “mayoría sólida” en el Parlamento, luego de lo cual él nombrará el primer ministro.
Esa apuesta por la racionalidad, la prudencia y la institucionalidad viene siendo ajena a la Argentina. Aquí, Cristina Kirchner, que de perder comicios sabe y mucho (era la figura rutilante del oficialismo en las derrotas de 2009, de 2013, de 2015, de 2017, de 2021 y de 2023) pregonaba que quienes no estuvieran de acuerdo con sus decisiones debían crear un partido y ganar elecciones. Milei, con apenas 36 diputados y ocho senadores, dio su discurso de asunción de espaldas al Congreso.
El desprecio por la calidad democrática, fundada en los consensos, no es oscilante en la Argentina. El péndulo sigue enclavado en el extremo de la desmesura.